Cada año me pasa lo mismo. Es algo cíclico que me pide el cuerpo y la mente. Durante la gran fiesta del fuego santo y divino, que suele brillar más durante julio y agosto, necesito reconectar con mi propósito. Me refiero al por qué vivo y también al para qué quiero vivir.
Es así y ya está. Lo intento justificar diciendo que si la luna me influye bla, bla, bla… porque soy bastante lunático bla, bla, bla… que todo está relacionado bla, bla, bla… somos bolitas de luz brillando entre dimensiones bla, bla, bla… o que como soy muy metafísico bla, bla, bla… pues me disperso en el camino de ejecutar cualquier proyecto o emprender cualquier negocio.
El sentido de la vida. A eso se reduce todo finalmente. Al significado que le damos a nuestra vida. A lo que creo que soy, de dónde vengo y para qué estoy aquí. En este mundo. Para qué sirvo o para qué quiero valer. A quién sirvo o para quién quiero servir. Cuál es mi misión… Algo que tiene tanto de búsqueda y aventura como de decisión e imaginación. Ahí reside el verdadero bienestar. En eso que me hace sentir bien de verdad. En para qué creo que merece la pena vivir.
Cambio de planes
Estaba haciendo un ejercicio de reflexión y escritura, para intentar expresar cómo me siento aquí y ahora. Mirando atrás, hacia todo lo que he vivido. Pensando adelante, preguntándome hacia dónde me gustaría orientar el resto de mi vida. Y de pronto me he dado cuenta de que vengo viviendo mal enfocado durante los últimos 10 años.
Era al revés. Pensaba que tenía que puntuar mi satisfacción con lo que tengo, describir lo que necesito mejorar y establecer un plan adecuado para lograrlo. Y resulta que ya acepto casi todos los aspectos de mi vida. Me siento satisfecho y orgulloso de cómo soy. Acepto todos mis fracasos, pasados y presentes; mi sufrimiento, anterior y actual; mis heridas, abiertas y cerradas. Me ha costado toda una vida llegar hasta aquí. Con todo lo bueno y lo malo. Cada uno sabe lo suyo. No deberíamos juzgar nada. Es fácil criticar a otros. Lo difícil es mirarte y asumir tu vida. Aceptarte y disfrutarte. Amarte así. Sin más. Porque sí.
Mi trabajo ideal. Mi mayor insatisfacción la siento en el aspecto profesional laboral. Soy enfermera. Amo mi profesión, aunque detesto mi trabajo. Prefiero promocionar la salud, desde la salud, a formar parte del negocio de la enfermedad. Me gusta mucho la gente, aunque odio al ser humano cuando es despiadado, caprichoso y malcriado. Me siento bien ayudando a la gente y me dejo seducir por sus historias. Disfruto mucho cuidando y he decidido formar parte de una revolución humanista que ya está ocurriendo. Esa es mi misión.
Finalmente he comprendido que es al revés. No se trata de intentar montar un negocio (que ya me ha ocurrido varias veces) y en caso de fracasar (que también me ha ocurrido otras tantas) volver al plan B de rescate, que era trabajar de enfermero. Nada de eso… ¡Es todo lo contrario! Acepto que ya tengo un trabajo y disfruto la vida, porque gracias a él puedo pagar mis facturas y sobrevivir dentro del sistema. Sin embargo, ahora mi plan B es intentar llevar a cabo esa misión humanista. Desde mi plan A. Desde dentro del sistema político, moral, económico y estructural en el que vivimos los supuestos afortunados del planeta. Mi propósito es crear un negocio con el que me sienta bien conmigo mismo, como herramienta para aportar algo bueno al mundo.
¿Ideas? ¿Propuestas? ¿Te animas?