¿Te digo qué?
Fue este verano.
Estaba jugando.

Hablando con mi peque.
Maemía, 7 años ya.

Total, que me hizo el comentario.
Hiló las dos palabras del título.
Con tono de humor, jugando.
Sacando bola con el brazo.
Enseñando el músculo.
Como si se le cayera.
Después de eso,
tiraba de la piel
hacia el suelo.
Llamándolo
minúsculo.
Reímos.

Me hizo mucha ilusión verle jugar con el lenguaje. Yo es que me emociono con cosas raras como esa.
Luego me pongo nervioso con otras que muchos no entienden. Como ver a otros comportarse mal en una biblioteca.
Ha sido este mismo sábado. Fuimos a escuchar una sesión de cuentacuentos en la zona infantil. Pero tanto los adultos como los niños parecía que estaban en el parque. Gritando. Comiendo. Corriendo. Incluso jugando con la pelota.
Y he sufrido mucho. En ese entorno. Pero lo voy a dejar estar. No soy quién para dar lecciones. No tengo que enseñar a esos progenitores. Ni a respetar un espacio de estudio. Ni a comportarse donde hay gente leyendo.

Total.
Otra vez.
A lo que iba.
A lo que vengo.
La idea que traigo.
Lo que te propongo.

Lo pequeño.
Ese músculo.
Los detalles.
Esa dimensión.

Que nos dejamos llevar
por esas cosas grandes.
Esos temas importantes.
Obligaciones principales.
Los trabajos más vistosos.
La gente más escandalosa.
Lo exagerado y más ruidoso.

Y se olvidan los detalles.
Se quedan por el camino.
Los aspectos más sutiles.
Lo que hoy llamo minúsculo.
Cualquier músculo pequeño.

Eso es lo que quiero cuidar.
Los detalles que no se ven.
Las miradas más discretas.
Aquel aspecto más delicado.
De la vida y de mi persona.
De mis rutinas y mis hábitos.
Esos detalles que no se ven.
Conmigo y con mis relaciones.

P. D. – No es que me preocupe destacar de algún modo, más allá de conmigo mismo. Por mí y para mí. Por eso veo riqueza en los detalles y por eso voy a entrenar músculos minúsculos de mi vida, mis hábitos, mis habilidades y mis debilidades. A disfrutar de mis riquezas y de mis carencias. Te invito 😉
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