
Antoñico era un niño atípico. Su madre dice que era muy consciente de todo; que se daba cuenta de las cosas. Y es que realmente no encajaba en su entorno. Por su sensibilidad, por sus inquietudes menos mundanas, por sus sueños y por su manera de comportarse. Fue muy buen estudiante, un poco tímido e inconformista al mismo tiempo. En la escuela siempre tenía muchas preguntas, aunque nunca desafió a la autoridad.
Durante muchos años sufrió mucho. Porque tenía muchos complejos y conflictos que no sabía resolver. Se culpaba por todo lo malo que le pasaba y se fustigaba por no atreverse a intentar todo aquello que sabía que podía conseguir. Sufría porque no podía hacerse respetar, impedir maltratos e injusticias a su alrededor, disfrutar más de la vida con la gente y construir su propio empleo. Pero nunca se conformó y siempre siguió buscando.
Hasta que conoció su lado oscuro. Hasta que sus ganas de vivir con sentido le llevaron a encontrarse a sí mismo. Consiguió despedirse del sufrimiento convirtiéndolo en dolor. Se reconcilió con su pasado aprendiendo a mirar con otras gafas. Descubrió que la vida es positiva y negativa al mismo tiempo. Se dió cuenta de que no se traicionó, ni saboteó, ni se odió. Simplemente era un niño con miedo. Un miedo que no era suyo, sino impostado, heredado, puesto allí sin más, a su lado.
¿Sabes un secreto? Es mejor aceptar lo que eres y quererte tal cual. Porque desde ahí la vida fluye mucho mejor. Todo es Ferpecto. Parece fácil decirlo. Porque se trata de vivir con un monstruo, pero esa es otra historia… ¿Colorín colorado?