El vino y la infancia.
Extraña relación.
Hoy me tomé un tinto de verano.
Y me acordé de cuando era niño.
Extraña asociación de ideas.
Recuerdo aquellos veranos. Siendo yo pequeño.
Recuerdo algunos detalles.
Imágenes de ciertos momentos.
No sé qué habré modificado.
La memoria es muy caprichosa.
Recuerdo esas jarras tan refrescantes.
Vino con gaseosa y trozos de fruta.
Sabor a verano antes de comer.
Impensable hoy para niños.
Nos encantaba comernos el melocotón de la sangría.
Nadie pensaba que eso estuviera mal.
Como aquellas meriendas en casa de mis abuelos.
Rebanada de pan con chorro de vino,
chorro de agua y azúcar por encima.
Meriendas que me daba mi abuela.
Hoy serían delito.
Aquellos veranos de mi infancia tendrán muchos más detalles, sin duda, pero hoy me sabían a vino fresco. Qué cosas.
Mientras, yo me sigo sorprendiendo de lo rápido que cambia la vida y de lo lentos que van nuestros pensamientos. Las noticias ocurren sin parar y van a toda velocidad. Pero nuestras creencias son duras de cambiar y se resisten a evolucionar.
En fin.
Que la vida se pasa y siempre miramos atrás.
Cuando tal vez sea más sensato mirar adelante.
Sin remordimientos. Sin nostalgias. Sin pesares.
Tal vez sea más útil no arrastrar nada del pasado.
Tal vez sea más necesario disfrutar el presente sin angustiarse por el futuro.
Fácil de decir.
El desafío está en aprender a vivir.
Sin arrepentirse por lo vivido.
Sin ansiedad por lo esperado.
Por ahí debe andar eso del bienestar.
Sigo investigando la fuente del autocuidado ese que dicen.