Atiende.
Que no quiero cotorrear ni desvariar.
Mi abuela decía analís.
Fí a hacerme un analís de sangre.
Y mi madre me decía que estaba hecho un fililí.
Otras veces me veía alifafao. Ya ves, truz.
Nadie más lo decía. No sé.
La gente es que inventa mucho. Sin cavilar.
Otros lo repiten todo sin discurrir.
Pero tampoco les voy a endilgar la culpa, ¿eh?
Ni a mi agüela. Ni a mi maere. No te sulfures.
La vida se escurre.
Entre los dedos. Como el agua.
Traspone y se va. Sin decir ni pío.
.
¿Que qué me pasa hoy?
Ando jugando una miaja.
Diciendo cosas que ya no se dicen.
Parece que vamos a nuestro aire.
Sin apreciar el verdadero saber antiguo.
Y no dilucidamos entre lo arcaico útil y lo arcaico inútil.
– Otro día hablaremos, por cierto, de la disonancia en las palabras que usamos. Como inútil. Que parece decir que en el fondo eres útil. In-útil. Útil por dentro. Fitetú.
Pero esa es otra historia.
Muchas de nuestras costumbres parecen actuales. No paramos de inventar. Es lo habitual. Sin embargo, pronto serán abuelismos. Ya hay memes que están demodés.
En fin. Digo. Que allende los mares… está nuestro día a día.
Solemos ir a lo fácil. No sé por qué diantres, pero así es la vida, córcholis.
Como las palabras primorosamente, pipiolo, pimpollo, apalominao, zalamero, mentecato, ajamonarse… y sanseacabó.
P. D. – Una de las ideas que comparto en mi libro sobre bienestar es la siguiente. Tan sencilla como poderosa. Y verdadera: Lo que no usas, se atrofia. Dientes, músculos, cerebro, esfínteres, piel, cabello, articulaciones, flexibilidad… Ya te contaré, que ahora llega el verano y toca refrescarse. ¡Buen domingo!