
Pepe era un niño normal, alegre, movido y con ganas de jugar. Tartamudeaba un poco, pero eso nunca le frenó. Reírse de sí siempre le dió ventaja en las relaciones humanas. Fue la manera de querer de su abuela, de su madre y de sus hermanas lo que más le marcó. Eso le dejó huellas dolorosas y semillas de rabia.
Su padre murió joven. Le transmitió prudencia y buenos valores. Su madre era poco o nada cariñosa. Ella le ponía ropa vieja, fea y rota para que no saliera a jugar fuera ni se fuera con los otros niños del pueblo. Por eso él era travieso dentro de casa. Le rompía las patas a las gallinas del corral. Se las atrapaba con tejas. Así pensarían: ¡Qué mala suerte, menudo accidente!
Ahora ya no soporta la hipocresía. Ni la prepotencia ni la manipulación. Parece un cascarrabias, pero está enfadado. Parece que odia, pero solamente refunfuña. Parece intoxicado por su propia ira, pero está depurando. Parece rabioso, pero se calma sacando los colores propios y ajenos, generando tensiones internas y externas.
¿Sabes un secreto? No hay niños culpables. No existen niños malos. La violencia es una respuesta de supervivencia ante un mal trato recibido. ¿Colorín colorado?