Salgo al balcón. Balcón del halcón.
Me asomo temprano.
Me gusta madrugar.
Con mi café.
Con mi libreta.
Me siento pensando.
Observo el día.
Mirando para arriba.
Observo la montaña.
La más alta.
Veo su presencia.
Veo su estado.
Cada día diferente.
Cada día permanente.
Desde mi terraza.
Respiro ahí sentado.
Miro los árboles.
Miro las nubes.
Miro los edificios.
Miro las ventanas.
También hay palmeras.
Es el horizonte.
Es un reflejo.
Cada día distinto.
Cada vez diferente.
Son las montañas.
Oteo esa línea.
Miro bien lejos.
Sobre la ciudad.
Bajo el cielo.
Está la montaña.
Hay días despejados.
Otras veces nublados.
Puedo ver pájaros.
También hay cielo.
Color de tierra.
Verde del suelo.
Luna y ciclos.
El sol saliendo.
A veces estrellas.
Todo está vivo.
Y respiro tranquilo.
Observo cómo siento.
Escucho mi estado.
Conecto por dentro.
Soy conmigo mismo.
Cuestión de confianza.
Cuestión de referencia.
La montaña firme.
Me da confianza.
Me da seguridad.
Me da calma.
Ella siempre está.
Aunque puede cambiar.
Permanece ahí firme.
Casi sin vacilar.
Me recuerda vivir.
Me recuerda estar.
Me recuerda ser.
Soy alguien asomado.
Sentado mirando lejos.
Café en mano.
Sentado sin más.
Soy alguien vivo.
Una célula respirando.
Que está conectando.
Sin pretender nada.
Sin querer más.
Cabeza bien alta.
Oliendo el cielo.
Oliendo la taza.
No veo límites.
Mis mejores deseos.
Doy buenos días.
Propicio cada día.
Dando muchas gracias.
Compartiendo la alegría.
.
P. D. – Hoy estaba de guardia y me ha vuelto la idea de explorar la vida desde la alegría y el bienestar. Porque el arte también puede ensalzar lo bueno, sublimar el gozo. Me he cansado de lo tremendo, demasiado emotivo y muy melancólico. Hoy prefiero lo alegre a lo bucólico. Levanto los brazos y me cuelgo del cielo.